«El Principito agregó: ¿Entonces los corderos también comen baobabs?… Había unas semillas terribles en el planeta del Principito… eran las semillas de baobab. El suelo del planeta estaba plagado de ellas. Y de un baobab, si uno se deja estar, no es posible desembarazarse nunca más. Obstruye todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño, y si los baobabs son numerosos, lo hacen estallar».
De esta manera, con un párrafo del Principito, conocí de pequeño lo que era un baobab. En realidad es un árbol de enorme tronco (pueden llegar a tener un diámetro de once metros) y una altura que puede estar entre los 5 y los 30 metros. En todo el mundo hay solo ocho especies de baobabs, de las que seis se encuentran en la isla de Madagascar, y las otras dos en el África continental.
Los habitantes de Madagascar están acostumbrados a los paisajes de baobabs. Les suelen llamar los árboles del revés, porque en realidad parece que alguien (nadie menos que un gigante) parece que en su día les dio la vuelta. Su curiosa forma de botella causa la admiración y el asombro de todos los turistas que se aventuran en esta isla del océano Índico, la más grande de África, situada frente a las costas de Mozambique.
La Avenida de los Baobabs es uno de los lugares más espectaculares que podéis encontrar en ella. ¿Os imagináis un sendero de tierra roja, apartado prácticamente de la civilización, y rodeado de un grupo de árboles de más de 30 metros de altura? Lo encontraréis cerca de Morondava, una ciudad situada en la costa este de la isla, junto al canal de Mozambique. Precisamente se la conoce en Madagascar como la ciudad de los baobabs.
En esta avenida de 260 metros de longitud veremos más de una docena de estos ejemplares. El paisaje es un espacio protegido por el que circulan cada día turistas y lugareños sobre sus carros tirados por bueyes. Tanto al amanecer como al atardecer son los mejores momentos para pasar por aquí. El sol se proyecta sobre los troncos de los árboles insuflando en el cuerpo del baobab un intenso color rojizo. El espectáculo visual es sencillamente abrumador.
Hace unas décadas todo lo que nos rodea era un espeso bosque de baobabs. Debió ser sencillamente impresionante. Hoy apenas quedan una docena de ellos. El resto fueron talados para dejar espacio a la agricultura y grandes extensiones de campos de arroz. Los habitantes de los alrededores pasan como si tal cosa, pero los turistas no paran de tomar fotografías, señalan las altas copas, con las ramas simulando pequeños dedos que se entrecruzan en el horizonte.
Los baobabs pueden vivir hasta cuatro mil años, de ahí que este escenario haya sido desde siempre lo más característico de Madagascar. Tanto es así que en el 2007 esta avenida fue declarada Monumento Nacional. Un paisaje de ensueño que, además de cruzar, os invito a ver desde la distancia. Especialmente al atardecer, cuando el sol parece juguetear de árbol en árbol, escondiéndose tras los troncos.
En los alrededores de la avenida encontramos muchos más baobabs. Algunos aparecen solitarios, como vigilantes de un paisaje espectacular. Otros entrelazan sus ramas, casi tocando con las yemas de los dedos el horizonte, forjando leyendas de amor entre los lugareños. Estos árboles son el símbolo nacional de Madagascar, testigos perennes de su historia.
«Cada día yo aprendía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida y sobre el viaje. Ésto venía suavemente al azar de las reflexiones. De esta manera tuve conocimiento al tercer día del drama de los baobabs» (El Principito)
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