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Malasia, la eterna desconocida

El sudeste asiático siempre ha sido uno de los grandes destinos turísticos por excelencia. Allí Tailandia, Camboya y Vietnam son las más preciadas joyas de la corona, y Malasia posiblemente el tesoro más desconocido. Un país dividido en dos, la parte oriental y la occidental (o peninsular), dos caras de una misma moneda pero que muestran grandes diferencias.

La Malasia occidental es mucho más clásica, algo más relajada y sociable. La oriental se desenvuelve mucho mejor en la aventura y el colorido intenso de sus selvas tropicales. Ambas están separadas por el mar de la China Meridional y, si bien parecen dos ramas que emergen de árboles diferentes, jamás podrían existir la una sin la otra.

En Malasia occidental se encuentra la capital del país, Kuala Lumpur, pero también las grandes colinas, plantaciones de té y extensiones de selva de Cameron Highlands. Una de las zonas más atractivas es sin duda el Parque Nacional de Taman Negara, considerada una de las selvas primarias más antiguas del mundo y en la que viven más de ocho mil especies de plantas y animales diferentes.

Pero si por algo se caracteriza el paisaje de la Malasia occidental es por las enormes plantaciones de té que crearon los británicos allá por el siglo XIX (hay que decir que todo el territorio malayo estuvo dominado por el Reino Unido desde el siglo XVIII hasta la segunda mitad del XX). El té es aún uno de los grandes eslabones económicos de este país, compitiendo con el más famoso y tal vez sugerente de Sri Lanka.

A este lugar de Malasia pertenece la isla de Penang, refugio de vacaciones de miles de turistas y lugareños. Un destino que en los últimos años ha pasado a ser de lujo, con edificaciones exclusivas, centros de fitness y spa y grandes balnearios. A su alrededor han surgido otros archipiélagos o islas (en realidad ya estaban, solo que han sido descubiertas para el turismo) como Langkawi, Tioman, Redang y las playas de la costa este (son los propios malayos los que dicen que aquí se hallan las más bonitas)

En un corto trayecto en barco o en menos de una hora en avión se puede ir de esta Malasia occidental a la más mochilera de la oriental.  Los senderistas y amantes del riesgo buscan los intrincados caminos que bordean el monte Kinabalu, de más de cuatro mil metros de altura. Situado en el parque nacional del mismo nombre y completamente rodeado de arrozales, desde su cima se puede contemplar toda la panorámica de la selva circundante.

Para los amantes del submarinismo los arrecifes de coral de la costa noroeste de Sabah son el lugar perfecto para descubrir los grandes tesoros de las profundidades submarinas. Un lugar más tranquilo y relajado que la isla de Sipadan, en donde los buceadores tienen que compartir espacio natural con los tiburones, barracudas y tortugas marinas (esta última isla se ha vuelto mucho más turística que la anterior, curiosamente)

La selva de la Malasia oriental es mucho más intensa y extensa que la occidental. Destaca especialmente la de Sarawak, con más de tres mil especies de árboles y 400 de aves. Los senderistas se adentran en el corazón puro de su naturaleza, o bajan a toda velocidad en piragua por sus rápidos. Un espectáculo ciertamente fascinante que permite contemplar las pequeñas construcciones de las etnias tradicionales que viven en el interior de la selva.

Muchas de estas construcciones son las llamadas kampung, aldeas de casas de madera que suelen verse sobre todo en las costas del norte de Borneo. Están habitadas por viejos pescadores que siguen usando técnicas centenarias. Lo curioso del caso es que a su alrededor el turismo ha devorado sus viejos campos de cultivo, dejando en su lugar una gran cantidad de hoteles, campos de golf y el complejo vacacional de Damai Beach.

Un lugar genuino y diferente, exótico, lleno de playas vírgenes, naturaleza y muchas sorpresas. Especialmente dedicadas para aquellos que pensaban que Malasia no tiene mucho que hacer en el sudeste asiático dentro del apartado turístico.

Foto Vía Superyact Times

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